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El año en que el porno se volvió un problema

Hablamos de pornografía, sí, nuestro arte más controvertido. ¿Lo es o no lo es? Arte, pues depende, se dice que todo está en la mente del autor y del público, y que para que algo sea considerado una manifestación artística, debe querer transmitir algo, y que ese algo sea recibido por alguien. Si consideramos la razón de ser de la pornografía, el origen y sus inicios, podríamos hablar de arte, claro está; sin embargo, si echamos un ojo a los últimos años del porno, que se han centrado en usar internet como su herramienta de distribución, nos encontramos con que es más bien un producto comercial. Claro que las webs porno tienen que comer de algo, ¿no? Al fin y al cabo, actores y actrices, y todos los trabajadores del medio, han de ganar dinero por el trabajo hecho. No es eso la que convierte a la pornografía en algo controvertido.

La controversia, más bien, viene por el lado de la hipocresía humana, y el clima tabú que rodea todo lo que tiene que ver con la sexualidad. Aceptamos frescos antiguos que reflejan a humanos teniendo sexo, porque eso es arte; no lo es sin embargo cuando vemos un video porno. Alabamos el buen gusto del cine erótico, un género que se hizo bastante popular en la segunda mitad del siglo pasado; sin embargo, las películas xxx son tratadas como basura, hasta el punto de haber acabado con los cines que ofrecían películas para adultos de alto contenido sexual. Y cuando los resultados de los buscadores en internet demuestran que los contenidos porno son los más buscados y los más consumidos, todos nos llevamos las manos a la cabeza y aseguramos que no somos nosotros los que vemos porno online. Algo falla aquí, ¿verdad? Y ahí es donde la pornografía se convierte en un problema.

El año 2023 arrancó con una extrema concienciación de los peligros y perjuicios que traía consigo el consumo de pornografía. Diversas campañas alertaban sobre todo del visionado de videos y contenido xxx por parte de los jóvenes, que parecían usar la pornografía como un elemento de educación sexual, cosa que de repente preocupaba bastante. Precisamente, de nuestros jóvenes arrancaban iniciativas como la campaña contra la adicción al porno, tema loable donde los haya, y también un buen indicativo de que fueran los chicos y chicas los que se dieran cuenta del peligro que consumo en exceso de estos contenidos podía acarrear. Porque esa es la palabra clave, como con todo en esta vida: «exceso». Nada es saludable ni beneficioso si se tiene en grandes cantidades, pero esto no es nada nuevo. Entonces, ¿por qué parece que el 2023 es el año en que hay que demonizar la pornografía?

En mi opinión, el consumo de porno es algo que hay que regular, controlar para que no llegue a edades no admitidas, y evitar que ciertas empresas hagan uso de él para estafar o lucrarse de forma ilegítima. Sin embargo, muchas de estas campañas no van dirigidas solamente hacia estos fines, sino a uno más allá: que el público deje de consumir pornografía. Como nadie está dispuesto a prohibirlo directamente, la mejor forma es bombardear a diario a la opinión pública de que es perjudicial para nuestra sociedad, y que está pervirtiendo a nuestros jóvenes, y de que saca lo peor de nosotros mismos… En fin, todo un sinfín de calificativos, muchos provenientes de la censura más rancia, y también la más hipócrita, como dijimos antes. Nos iría mucho mejor, creo yo, si claramente se explicara a la ciudadanía en qué consiste la pornografía, para qué se creó, qué medios hay para consumirla, qué peligros conllevan esos medios y su propio consumo, y el resto…

El resto es que cada uno, con total autonomía y responsabilidad, consuma todo el porno que quiera, sin tener que sentirse demonizado, injuriado o avergonzado. Como cuando te fumas un cigarrillo, o bebes una cerveza. Con la satisfacción de hacer algo que te gusta, conociendo los riesgos, y sin hacer daño a nadie. Y sin que nadie te tenga que juzgar por ello.